Hay momentos cruciales en la vida, donde todo confluye para darnos en la cara, la encrucijada en que nos detenemos ante el espejo y tenemos mucho que reprocharnos. Mientras estaba en esa práctica despiadada en calles de una ciudad ajena, llega a mí la imagen de un próximo verano en que nos veremos viejos amigos y camaradas de lucha cultural cerca de un café, donde la imagen de Carlos Massardo será imprescindible para que la tarde sea más cálida y amable como en tiempos pasados y difíciles…pero mejores. Luego la noticia golpeando en las febles puertas del alma. Tu renuncia incomprensible y uno luchando con la vida puño a puño con las vísceras del espíritu en el suelo. Lloré como un hombre que ve la derrota en el campo de batalla, lloré inconsolable por saber que no podía renunciar a seguir luchando. Un hermano de mil combates se había retirado sin mediar aviso.
Aún quedan muchas de tus palabras en la memoria. Tus reflexiones, tus bondades y la risa que tus comentarios provocaban. Una historia que parece breve ahora, porque las oportunidades se ven truncadas. Antofagasta nuestra ciudad se vio amada por ti con sus claroscuros, matices y sombras, de muchas maneras nos dejaste eso de amar nuestro desierto, nuestra ciudad de abreviaturas y extranjeros, la historia fidedigna de nuestra gente.
Se extrañará tu compañía, hoy abundan los panegíricos y reconozco que esta pandemia y crisis nos está devorando a muchos. La palabra escrita queda inalterable, espero que tu recuerdo quede en las mismas condiciones en aquellos que nos condolemos en este mar de lágrimas. Algunos no vamos a renunciar y continuaremos combatiendo con este dolor a cuestas, con esta ausencia obligada, cerrando los ojos y enjugando una lágrima cada cierto tiempo cuando la memoria nos haga víctimas de nuestros recuerdos. Un hasta luego Carlos, pronto nos veremos en esa senda infinita de arena y rocas.
Lalo Farias